¿Cómo actuar ante las rabietas?

La tendencia inicial de la mayoría de los padres es intentar negociar con el niño y hacerle entender que esta no es la manera de solicitar las cosas. Habitualmente este diálogo, aunque se ha de llevar a cabo, es improductivo. El niño no quiere negociar, quiere conseguir su objeto u objetivo a toda costa, por tanto no atenderá, por lo general, sus argumentaciones. Una vez conseguido el objeto o el objetivo deseado, la rabieta cederá casi instantáneamente.

Hay que educar a los niños en la tolerancia a la frustración y en el control positivo de sus emociones, pues no hacerlo puede condicionar que algunos niños tengan problemas conductuales de mayores. La poca tolerancia a la frustración, en niños predispuestos, está detrás de muchos problemas de ansiedad y depresión infantil.

Cuando a los padres se les pregunta si el niño hace rabietas en la guardería o el parvulario (punto éste que la mayoría de padres ya han preguntado y comprobado), sorprendentemente, la respuesta es que en ese entorno no las hacen o quizás la hicieron un día, pero al no conseguir su objetivo ya no las han vuelto a repetir.

Aquí está la clave para que el niño deje de hacer rabietas. Si con ellas y utilizando este "idioma" para interactuar con los padres cumple su objetivo de forma rápida, aunque sea de forma intermitente, las perpetuará. Si nunca lo consigue, dejará de hacerlas en un corto plazo de tiempo. Por tanto, "ignorar" esta actuación, haciéndole ver que se expresa en un "idioma" que no entienden, lleva en pocos días a su desaparición. Irse del lugar donde está para que vea que no pueden escucharle puede ayudar. En lugares públicos, apartarlo de la visión de espectadores puede hacer ceder la rabieta.

Si las rabietas son agresivas o destructivas (lanzar objetos, romper juguetes o efectuar agresiones a los padres o a él mismo), lleve al niño a otro entorno o habitación durante unos minutos y hágale entender que cuando se calme volverá al entorno anterior.

La rabieta, como hemos comentado, es una actuación perfectamente argumentada. Si al niño se le deja solo o se le aísla de esa situación pierde su objetivo principal, que es chantajear a los padres para la asunción de su objetivo.

En lugares públicos, no hay que dejarse llevar por el "qué pensarán" o los comentarios de otras personas, hecho éste que ocurre normalmente en los padres primerizos. Quien ha tenido hijos, seguro que en alguna ocasión ha vivido una situación similar y quien no los tiene no posee los elementos para valorar este tipo de situaciones.

Las reprimendas normalmente no consiguen efectos satisfactorios. Ver a los padres enfadados, nerviosos o descontrolados, el niño lo interpreta como un castigo hacia ellos por no haberle dado lo que deseaba. Por otra parte, será difícil de mayor educarlo en el control de sus impulsos cuando él ha visto constantemente que sus padres no son capaces de controlarlos. Mantenga la calma, esto siempre es un buen ejemplo para ellos.

Para controlarlas, el niño tiene que asumir que las rabietas no dan nunca resultado, y que no harán cambiar de opinión a los padres. No ceda a sus demandas, así interpretará que este idioma no lo entienden y por tanto buscará otras alternativas menos conflictivas para conseguir sus objetivos, hasta llegar poco a poco, con la edad, a comprender que la negociación y la solicitud por otros medios sí surgen el efecto deseado.

Hacia los 3 años de edad el niño ha de ser capaz de expresar sus sentimientos de enfado o frustración mediante el lenguaje. Ha de aprender que el enfado es una emoción normal, pero que debe ser controlado y expresado en la forma apropiada. Es importante, llegado este momento, que encuentren en los padres unos interlocutores accesibles y abocados al diálogo.

Si no se pone fin a las rabietas a tiempo, éstas se van prolongando, habiendo podido ver todos como niños de más de tres y cuatro años, o incluso mayores, ponen a prueba a sus padres en cualquier lugar en el que haya espectadores.

La persistencia de rabietas más allá de los tres años, la presencia de rabietas en el medio escolar o la asociación con otros problemas conductuales, deben hacer pensar en la existencia de un elemento perturbador ajeno al motivo habitual por el que la mayoría de los niños las efectúan. En este caso puede ser recomendable buscar el apoyo de un profesional adecuado.